Es indudable que la configuración de las villas o ciudades, desde la más humilde hasta la más sublime, se conforman, transforman y mantienen en “perfecta vitalidad urbana” por mor de sus habitantes y su administración pública.
Son muchas las pruebas que a diario podemos observar, que dan fe del buen hacer de los “urbanitas” y de su administración pública, lo que ciertamente hay que resaltar y valorar en sus justos términos. Se observa limpieza, cuidado y mantenimiento de los elementos urbanos, edificios y locales, más aún cuando se puede comprobar que sus edificios más antiguos son conservados con gusto y pulcritud a su idiosincrasia individual e histórica. A estos poblados, pequeños o grandes, siempre hay que valorarlos y estimularlos, a fin de que no caigan en el olvido o la indolencia. Dicho hacer, se debe acrecentar cuando esa observancia de aquel “buen hacer”, se mantiene a lo largo de los tiempos y sucesión de generaciones. No olvidemos aquello de que: “...quienes olvidan su historia, pierden su identidad...”.
Por el contrario, son más, los “urbanitas”, que junto a su administración pública al frente, a diario, dan prueba de su mal hacer, indolencia, incapacidad, falta de ideas, gusto y criterio, en la ordenación y mantenimiento de su medio urbano, un día si y otro también, dan pruebas, cuanto menos, por su vagancia física y mental, de su haraganería por el espacio que les es común.
En estas ciudades, se observa como sus cascos urbanos más antiguos se convierten en estercoleros, con gran concentración de miseria y otros elementos que en ningún caso tienen razón de ser. En estos casos, las administraciones públicas, al mismo tiempo, tienen dos comportamientos, contrapuestos, por una parte, el gusto por “la piqueta destructora”, en la mayoría de las ocasiones con fines espurios. Por otra parte, como contrapunto de aquel hacer, en el mismo “tempus”, una probada megalomanía, con pretensiones faraónicas, sin otro valor añadido que un gran continente, sin contenido alguno. Ello con gran dispendio del tesoro público, el cual les es dado para una correcta administración, sin el más mínimo dispendio, lo que no se acredita en momento alguno, pues en la mayoría de las ocasiones, los costos finales, son superados en gran cuantía a los presupuestados. Esto sin olvidar que en la mayoría de los casos, lo que hacen es ensanchar la ciudad, “sin orden ni concierto” alguno, modificando los “planes urbanísticos”, a golpe de capricho personal de edil mayor y sus acompañantes, ello, cuando no a golpe de intereses externos a aquella administración pública, para terminar dando suculentos beneficios a los ediles y allegados que facilitan aquellos espurios comportamientos.
Todo ello se produce, cuando los
no dejan ver el
Por contra cuando todo, como el río, discurre por el cauce que le es propio, nada le es ajeno y todo se integra en paz y armonía productiva.
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